Pica, La
Despoblado del término municipal de Tajahuerce situado a 1.080 metros de altitud, en las estribaciones de la sierra y del arroyo que llevan su mismo nombre.
- Fecha de redacción: diciembre 2021
- Última revisión: mayo 2022
Despoblado del término municipal de Tajahuerce situado a 1.080 metros de altitud, en las estribaciones de la sierra y del arroyo que llevan su mismo nombre.
Despoblado del término municipal de Tajahuerce situado a 1080 metros de altitud en las estribaciones de la sierra y del arroyo que llevan su mismo nombre. Hoy del despoblado apenas quedan los restos del torreón situado junto a una gran manzana arruinada formada por varias viviendas de muy buena construcción, no muy lejos de la pequeña iglesia del lugar. Todo el terreno que le rodea está roturado pero no parece que el caserío original se extendiese mucho más que en el actual edificio arruinado y quizá en torno a la iglesia.
El mejor acceso se realiza desde Aldealpozo, la localidad más cercana, a través de un camino de tierra señalizado desde que se organizó la “Ruta de los Torreones”, que con precaución es apropiado para todo tipo de turismos. A poco más de un kilómetro del pueblo, por donde pasa el arroyo que procede de La Pica, sale un camino hacia la derecha que teniendo la torre como referencia, nos conducirá hasta el despoblado.
Datum: | ETRS89 | Huso UTM: | 30 |
Latitud: | 41,7633735327 | Coord. X: | 566 765,06 |
Longitud: | -2,1968021395 | Coord. Y: | 4 623 816,11 |
Eleuterio Carracedo Arroyo (1) cree que el topónimo lleva el nombre de una montaña próxima, razón por la que se le relaciona con “elevación de terreno” y se descartan otros orígenes como el de Pica (urraca).
Los testimonios más antiguos de la presencia humana localizados en las inmediaciones por los arqueólogos son algunos restos Calcolíticos y de la Edad del Bronce, pero para el común de los mortales que no lo saben ni leen los carteles informativos, el más visible y espectacular debe ser la gran torre que se integra como parte de la completa red de atalayas repartidas por toda esta comarca desde Ágreda hasta Aldealpozo, y que probablemente fueron construidas en el contexto de las operaciones militares de la Reconquista, que en el siglo X tuvo su teatro de operaciones en esta comarca. No es motivo de este estudio y hay suficientes publicaciones que se extienden en ello como las que recogemos más adelante, pero parece que estas torres (y otras que desaparecieron) fueron construidas en emplazamientos muy bien elegidos por sus condiciones geoestratégicas y que se comunicaban visualmente entre sí, son obra de alarifes musulmanes a finales del siglo X como parte de la estrategia emprendida por Galib para impedir el avance cristiano, pero no faltan opiniones que creen que son obras cristianas, coetáneas o posteriores y relacionadas con la conquista del siglo XI de la zona por tropas cristianas, y más que construidas, reutilizadas durante los conflictos que mantuvieron castellanos y aragoneses a partir del siglo XII, especialmente con la repoblación del rey aragonés Alfonso I el Batallador que peleó contra las huestes castellanas de su esposa Urraca y de su hijastro Alfonso.
En esa repoblación de las tierras sorianas fechada a partir de 1119 se fundarían nuevos poblados y se ocuparían otros ya existentes, vacíos o escasamente poblados, y entre ellos uno sería La Pica cuya primera constancia documental se fecha en el famoso Censo de las aldeas dezmeras de 1270 cuando contaba con dos fazedores, un vecino y cinco moradores, todos ellos dezmeros de la iglesia de Nuestra Señora de Barrionuevo en la capital. Suponemos que aquellos pobladores, generación arriba o abajo, serían los que construyeron la iglesia parroquial que hoy arruinada y prácticamente devastada, se resiste a desaparecer.
Sin embargo tampoco sería descartable pensar que el poblado original sea mucho más antiguo y que pudo surgir como un pequeño cuartel militar nacido al amparo y protección de la torre en el que los soldados encargados de la vigilancia guardasen animales o enseres, o quizá donde residiesen sus familias.
Ochenta años después del primer documento mencionado, seguía el lugar de La Pica estando poblado en el censo de 1352 con seis vecinos, pero no tenemos más datos demográficos y es posible que poco después se despoblara.
En algún momento del reinado de Juan II de Castilla (1406-1454) probablemente anterior a 1430, el monarca decidió eximir La Pica de la jurisdicción de la Tierra de Soria y concedérselo en señorío a Hernán Bravo de Lagunas, “el Viejo”, del linaje de los Salvadores, que aparece referenciado en los escritos de esa época como Señor de las Tierras de la Pica. Fue este caballero embajador de Castilla ante el rey de Portugal y procurador en Cortes por Soria, que también fue premiado con el Señorío de Almenar y otros términos como el de La Pica, Camaretas y Vurulejo, un lugar no localizado.
A su muerte el señorío pasó a su hija Beatriz Bravo de Lagunas -casada con Juan de Saravia que fue capitán de los Reyes Católicos y regidor de la ciudad de Soria- quien fundó el mayorazgo de La Pica que heredó su segundo hijo varón llamado Juan Bravo de Saravia, y que casó con María Sotomayor de Vera.
Del matrimonio anterior, en 1512 nació en Soria Melchor Bravo de Saravia y Vera que acabó cursando estudios y doctorándose en Leyes por la Universidad de Bolonia, entrando al servicio de la Corte ejerciendo cargos de responsabilidad como corregidor en Ciudad Rodrigo y en las colonias, especialmente en Perú y Chile, donde sofocó algunas rebeliones. En 1575 regresó a Soria y al poco murió, siendo enterrado en el coro de la colegiata de San Pedro.
De regreso a España alguno de sus hijos vinieron con él, pero otros como Ramiriáñez Bravo de Saravia y Sotomayor (nacido en Soria, del linaje de los Salvadores por vía paterna y de los Calatañazor por vía materna), decidió quedarse en Chile sirviendo con las armas los intereses de España.
Su hijo, Francisco Bravo de Saravia y Ovalle Osorio de Cáceres, (primera generación chilena, nacido en Santiago en 1628 y fallecido en 1703) también estuvo al servicio de los intereses españoles a través de la política y las armas, razón por la que el rey Carlos II le honró el 18 de julio de 1684 concediéndole el título de Marqués de la Pica, un título que llevaba mayorazgos y propiedades en Chile y España. El título fue abolido por las autoridades chilenas y rehabilitado en 1913. En 2020 su titular es el empresario chileno Fernando Irarrázaval Eyzaguirre, IXº marqués de La Pica (2).
En ese lapso de tiempo desde la fundación del señorío hasta la actualidad, La Pica fue motivo de conflictos entre los titulares del señorío y el concejo de Soria, en principio por el malestar causado con la decisión real de conceder un territorio soriano en calidad de señorío, y después porque tras quedar despoblado a mediados del siglo XV, los de Soria pretendían que regresase a su jurisdicción, y hubo que acudir al juzgado en 1496 (3) para que continuase en manos de los descendientes de Juan de Saravia
Y si el asunto no estaba suficientemente complicado, Enrique Díez Sanz y Víctor M. Galán (4) recuerdan que en esos momentos el término estaba siendo ocupado por el alcaide de Soria, Jorge de Beteta, que siguió aprovechándolo algún tiempo.
De ese periodo, los censos de población del siglo XVI no es que no ofrezcan cifras de población, es que ni siquiera documentan su existencia, y tenemos la certeza de que existía y estaba siendo explotada pues Díez y Galán (o. c.) demuestran que era un heredamiento propiedad de don Antonio Bravo de Saravia quien por problemas financieros tuvo que alquilar los pastos de este lugar.
Para disponer de datos demográficos y estadísticos podríamos acudir, como en otras ocasiones, al Catastro del Marqués de la Ensenada, pero en este caso la información será menos determinante. En este documento, redactado en Tajahuerce el 28 de septiembre de 1752, “Lapica” aparece como un despoblado, y en su segunda respuesta en cuanto a «Si es de realengo o de señorío, a quién pertenece, qué derechos percibe y cuánto produce», nos ofrece una confusa respuesta en cuanto a la titularidad y al derecho de arrendamiento de los pastos, anunciando que «… el término despoblado, su suelo y territorio es de señorío y pertenece al marqués de La Pica, y la jurisdicción realenga y los pastos de común aprovechamiento para los ganados de los vecinos de la ciudad y Tierra de Soria sobre [lo] que hay pleito pendiente con el conde de Gómara».
El resto del documento (insistiendo en cada respuesta en la reiteración de que La Pica es un despoblado, una justificación inhabitual en el resto de los despoblados sorianos) informa que disponía de tierras de cultivo de secano, prados de secano, pastos, y no había arbolado. Sus frutos eran “trigo puro, comun, cebada, avena y yerba”, pero no había arbolados ni colmenas pero sí cinco casas reedificadas donde no había nadie avecindado.
José María Alcalde Jiménez (5) nos lo aclara explicando que las tierras del despoblado fueron motivo de litigios entre la Tierra de Soria y el marquesado de La Pica pues ambos se atribuían su propiedad, y después lo fueron entre los Ríos y Salcedo, Condado de Gómara, y los Bravo de Saravia entonces residentes en Santiago de Chile, si bien poco después de la redacción del Catastro y por aquello que saben bien los poderosos de que más vale un mal pacto que una buena sentencia, ambas familias acabaron reconociendo la copropiedad del lugar y compartiendo sus rentas en igualdad de derechos.
Respecto a los pleitos mantenidos por la otra parte, entre la Universidad de la Tierra de Soria y el Marqués de la Pica, Emilio Pérez Romero (6) recuerda que en el Catastro de la Ensenada de 1752 el encargado de redactar el informe decía que el lugar era despoblado y de realengo, añadiendo «que dicho Marqués de La Pica se intitula de tal dicho despoblado», donde de poco tiempo a esta parte se había mandado construir algunas casas. Por aquel tiempo el marqués residía en Santiago de Chile y en su nombre su administrador acusó de falso aquel informe solicitando se restituyese el señorío territorial de La Pica. La reclamación fue aceptada y corregida en septiembre del mismo año, si bien Pérez Romero dice que los pleitos se mantuvieron continuamente al menos hasta 1802, y que probablemente sólo desaparecieron cuando en 1837 desaparece definitivamente la Junta de la Universidad de la Tierra.
Pero la despoblación del lugar parece real y definitiva pues en el mapa de Tomás López (1783) el nombre de “La Pica” aparece precedido de una “X” que el geógrafo empleaba para designar lugares despoblados. Tampoco hay datos, ni se documenta, en el censo de Floridablanca (1785) pero contemplando las nobles casas palaciegas reconstruidas de las que hablaremos más adelante, cuesta creer que nadie haya vivido en ellas, lo que nos lleva a pensar en la posibilidad de si allí y sin estar avecindados, pudieran vivir colonos, jornaleros o el administrador del marqués
Desde entonces nadie parece haber ocupado este caserón o haber rezado una oración en su iglesia, y ya sólo los visitantes curiosos se encargan de romper una tranquilidad también interrumpida en alguna ocasión puntual, como en 1995 cuando sus ruinas se convirtieron en escenario cinematográfico para que el director soriano Roberto Lázaro rodase el final de su cortometraje Cien años de cine.
El antiguo templo parroquial de advocación desconocida es, más que una ruina, un cúmulo de escombros cubierto de ortigas pero que mirando con atención puede mostrar más de lo que aparenta.
Un simple vistazo nos permite llegar a la conclusión de que la iglesia sería un pequeño templo de una sola nave rectangular con ábside semicircular desaparecido y una orientación de pies a cabecera en el eje casi oeste-este con una ligera inclinación de la cabecera al norte. A los pies del templo queda un muro sobrelevado del resto con dos huecos que sin duda corresponde a la espadaña de dos vanos y que es el principal elemento que nos indica el uso religioso de las ruinas.
Siguiendo el esquema clásico del románico rural soriano al que parece corresponder, la nave se acabaría con cubierta de madera, y la capilla mayor con bóveda de medio cañón en el presbiterio y de cuarto de esfera el ábside. En el muro sur un hueco sugiere la presencia original de la puerta de acceso y entre esta puerta y la cabecera persiste un sencillo vano alargado -único resto de sillería del templo- que en su parte superior tiene una forma circular que recuerda los arcos de herradura.
Pedro Luis Huerta Huerta (7) reconoce que la escasez de los restos no permite juicios contundentes pero cree que por las características constructivas y arquitectónicas, podría tratarse de una iglesia construida entre los finales del siglo XII y comienzos del XIII. Manuel Retuerce y Fernando Cobos (8) plantean la posibilidad de que el origen de la iglesia sea anterior a la época románica, lo que nos lleva a plantear si su origen pudo ser el de una sencilla mezquita construida para el servicio de la guarnición de la atalaya, una posibilidad tan difícil de demostrar como esa sensación de estar en un lugar sagrado que lleva al visitante a sentir la necesidad de mostrar respeto y hablar en voz baja, algo que no se experimenta en la cercana torre, por ejemplo, y que seguro conocen los que acostumbran a visitar despoblados pues sin ser algo común no es extraña. Y es que, un derrumbe, la lluvia de siglos y un avanzado estado de ruina no han conseguido desacralizar este lugar sagrado.
Una tradición extendida en todos los pueblos de la zona es que al despoblarse La Pica, los bienes, objetos litúrgicos, imágenes y archivos parroquiales fueron a parar a la iglesia de Tajahuerce, razón por la que a los de este pueblo les apodaron los caciques.
Uno de los supuestos bienes procedentes de esta iglesia de La Pica que se guarda en la actual parroquia de Tajahuerce es una talla de la Virgen con el Niño analizada por Ana Rosa Hernández Álvaro (9) que la describe como una imagen muy deteriorada, posiblemente realizada en el siglo XII o XIII, pero salvo alguna tradición legendaria que va desapareciendo como los trasnochos en los que se transmitía de padres a hijos, nada más tenemos para demostrarlo.
Poco más de interés parece haber en esta iglesia, aunque una inspección detallada nos permite descubrir que en toda la pared oeste correspondiente a la parte inferior de la espadaña, o del sotocoro (si es que lo tuvo), sobre lo que queda del lucido aparecen unas toscas figuras, casi infantiles grabadas con un objeto en punta, donde se desarrolla una escena que parece representar una batalla con arqueros, un caballero sobre montura revestida para la batalla, estrellas de cinco y seis puntas… Bajo la escena de la batalla aparece una inscripción que parece una firma correspondiente, o así parece, a un tal Lorenzo, y debajo una fecha ilegible. Los dibujos pueden corresponder a momentos históricos diferentes pero al contemplarlos cuesta no imaginarse alguna de las batallas que acontecieron en pocos kilómetros a la redonda.
La de la Pica es una atalaya muy parecida a las de los cercanos Castellanos del Campo y Masegoso, y no sólo porque los tres sean despoblados sino porque parecen corresponder en general a un mismo esquema constructivo, aunque al final cada una tenga sus matices.
En este caso y a diferencia de las otras dos atalayas vecinas, la principal diferencia es su estratégica ubicación que la hace pasar desapercibida si no se busca y, si se hace cuesta encontrarla por ejemplo desde un coche en marcha por la N-122, pues está en un cerrete sobre una hondonada parcialmente oculta por las montañas que la rodean y apenas se ve la parte superior desde donde se puede vigilar sin que apenas pueda verse desde lo lejos. Desde lo alto se puede ver la zona del Madero y se comunica visualmente con la de Castellanos, pero no con la de Masegoso.
Arquitectónicamente el investigador Ángel Lorenzo Celorrio (10) la describe como una torre de planta rectangular y esquinas de aristas vivas orientadas a los cuatro puntos cardinales de unos veinte metros de altura, construida con la técnica de tapial, con muros de hasta dos metros de espesor cuyo acceso original, no el actual a nivel del suelo, era la puerta elevada abierta en el primer piso como a tres metros de altura con dintel monolítico semicircular apoyado en los dos últimos sillares de las jambas que se prolongan hacia el interior sin llegar a encontrarse. El mencionado dintel presenta un relieve semicircular en el que se aprecia un castillo con tres torres almenadas, y la puerta se continúa con una galería a modo de túnel o pasadizo construido igualmente en piedra de sillería lo largo de la anchura del muro. Aún pueden verse los orificios en los que se acoplaba la tranca y los correspondientes a los quicios de la puerta. Este castillo junto con el túnel debe corresponder a alguna remodelación medieval. La torre tiene una aspecto ligeramente troncopiramidal ligeramente más ancho en la base que en la parte superior, una características similar a la de Castellanos del Campo y mucho menos marcado que en la de Masegoso donde es muy evidente.
Manuel Retuerce y Fernando Cobos (o. c.) consideran que sin ser un escudo, se trataría de la primera y quizá más antigua divisa conservada de Castilla, atribuible a mediados del siglo XI, de época de Fernando I -quizás en relación o como consecuencia de la campaña de 1058, y relacionan su identificación castellana con las disputas con Sancho IV Garcés de Navarra.
En el interior presenta varias plantas: una inferior a nivel del suelo original al que ahora se puede acceder por el desmonte de las paredes y que serviría posiblemente como almacén y cuyo único acceso original sería a través de una trampilla practicada en la bóveda de cañón apuntado que sostiene el primer piso o planta de acceso que se realiza a través de una sencilla puerta elevada a la que se accedería, como todas las comunicaciones internas, a través de escaleras de mano que se podrían quitar y poner fácilmente convirtiendo la torre en un eficaz edificio de carácter defensivo donde los sitiados podrían aguantar mucho tiempo, algo que intuimos sobre todo por la ausencia de indicios de una escalera adosada a la pared. Por encima de esta planta de acceso tendría otras dos plantas con cubiertas de madera y la superior, igualmente con bóveda de piedra que sostendría la terraza superior.
La torre se abre con varias aspilleras pero nada queda de las almenas que sin duda tuvo.
Pese al tiempo pasado, sólo la acción humana de algún desaprensivo (y con mucho esfuerzo) es capaz de desbaratar su fuerte construcción de mampostería y mortero, mezcla que le da una robustez similar a la del hormigón actual.
Si los detalles constructivos no despiertan grandes debates, los orígenes de sus constructores son menos claros y por lo tanto sujetos a controversia, pues mientras que algunos investigadores consideran que la obra fue iniciativa del Califato de Córdoba allá por el último cuarto del siglo X, y que el dintel y la sillería de la entrada son reformas cristianas, hay quien entiende que la torre pertenece a un ámbito de repoblación cristiana al igual que las del resto de la zona.
Lorenzo Celorrio (o. c. página 166) es de los primeros, lo que justifica por su estilo y características constructivas, una opinión contraria a la de Fernando Cobos Guerra (11) que se inclina a pensar que esta y el resto de atalayas de la comarca fueron construidas en la época del reinado de Fernando I, cuando sus huestes ocuparían los valles en torno a la Sierra del Madero «donde aparecen un conjunto de torres cuyos emblemas serian La Pica y Noviercas y cuya coherencia tecnológica, tipológica, cronológica y geográfica ya identificamos como un sistema propio que responde a una estrategia de ocupación y control del territorio que ese tambien reconocible en amplios sectores de las Merindades burgalesas».
La atalaya está protegida al igual que el resto de castillos y fortificaciones como Monumento Nacional, una figura de protección asimilable a la actual de Bien de Interés Cultural (BIC), según expediente incoado y declarado el 22 de abril de 1949, y tras algunas obras de consolidación, se encuentra en aceptable estado de conservación pero necesitada de un mantenimiento que le asegure al menos otros mil años de existencia.
Como ya hemos comentado, no sería descartable que a la par que la torre surgiese en su derredor un pequeño poblado que, de una forma continua o interrumpida se correspondiese con el poblado citado en 1270. Tal vez algún día la arqueología lo demuestre pero en tanto debemos pensar que las primeras casas surgieran en el entorno de la parroquia en un terreno donde pocos restos ya pueden quedar tras haber sido labrado cientos de veces, o en el solar que después acogió el resto más visible que persiste y al que podríamos considerar casi como una gran casa residencial con ínfulas de palacio de ciudad, un edificio mucho más noble y señorial que el humilde palacio que los Bravo de Saravia tenían en la capital y que persiste parcialmente transformado hoy en la sede de las Aulas de la Tercera Edad.
De este de La Pica no tenemos datos, tan solo el indicio citado en el Catastro de la Ensenada (1752) de la existencia de cinco casas reedificadas, lo que nos hace pensar en una construcción o reedificación no muy antigua pues se mantenía en la memoria. Hay que hacer hincapié en que el censo califica el lugar siempre como despoblado, pero que en la pregunta 22 responde que hay “redificadas” cinco casas habitables, un matiz a tener en cuenta pues no es lo mismo que habitadas.
Lo que si tenemos, procedente de los fondos del Archivo Histórico Provincial de Soria, es una antigua fotografía (12) de aproximadamente la mitad de siglo del siglo XX, en la que se aprecian dos jóvenes encaramados a lo alto de un muro, uno a cada lado de un escudo heráldico tallado en piedra cuya ubicación se atribuye a la casa central de las cinco que, adosadas, forman el complejo de La Pica. El escudo desapareció en fecha incierta pero la fotografía nos ha dado unas claves para ubicar cronológicamente la autoría y época de construcción del edificio.
La descripción del escudo es bastante sencilla en apariencia pero compleja en el significado y, sin ser exhaustivos en la explicación del elemento, hay que señalar tres grupos figurativos que lo conforman. En el centro aparece un águila de dos cabezas (águila exployada), debajo un león rampante y a los dos lados del ave y encima de ella, el conjunto formado por una “cruz latina patada, sumada de Lis”, es decir una flor de Lis colocada encima de una cruz con los dos palos desiguales (si fueran iguales sería cruz griega), con sus cuatro extremos rematados en un trapecio.
El conjunto, no obstante, adolece de una falta de calidad artístico-estética en sus figuras (sobre todo en el águila y en el león) que otros escudos de menor entidad sí consiguen. Y aunque no sea este un dato importante para la labor que nos ocupa, es interesante señalarlo para posteriores estudios.
Otro dato importante, y mucho, es la forma ovalada del escudo que, en principio, nos indica que la persona a quien representa es una mujer casada.
Presumiblemente el escudo pertenece a Marcela Bravo de Saravia Iturrizarra (Lima, Perú 1678-Santiago, Chile 1752), segunda marquesa de La Pica entre 1703 y 1752. Nuestra protagonista probablemente nunca visitó estas tierras y cabe señalar que la administración del despoblado y sus tierras era ejercida por la Orden Jesuita (la primera expulsión de sus miembros se produce en 1767).
Los Bravo de Saravia, en el ámbito de la nobleza soriana de Los Doce Linajes, pertenecían al de Salvadores, con cuyo escudo el de Marcela no se asemeja en nada. Sin embargo el del apellido Bravo (el de los señores de Almenar) sí que presenta una gran similitud en sus figuras con el de La Pica; tres cruces flordelisadas, un león (aunque en este caso entrando en una torre) y dos águilas exployadas. Por si la iglesia de Almenar está cerrada y no podemos ver el magnífico escudo de este apellido en lo alto del retablo, podemos contemplar otro que contiene las mismas figuras en uno de los “cuarteles” del escudo exterior que está sobre la puerta de entrada, en el palacio de los Condes de Gómara en la ciudad de Soria.
El edificio, hoy totalmente arruinado, fue un soberbio caserón de unos ochenta metros de fachada por veinte metros de fondo que con una perfecta orientación con respecto al eje este-oeste, se divide en cinco estancias bien compartimentadas en dependencias regulares, probablemente para uso doméstico más que para el agrícola o ganadero que al final acabarían teniendo. Está construido con muros de mampostería y piedra de sillería bien escuadrada en esquinas, puertas y ventanas adinteladas que toleran muy bien el paso de los siglos pero muy mal el de los saqueadores y vándalos.
El interior está distribuido en una serie de dependencias a través de muros de mampostería con solados de madera que levantarían un primer piso y quizá un somero bajo la cubierta que previsiblemente sería de madera con tejado a dos aguas. Persisten restos de vigas de madera y cargaderos de puertas y ventanas, pero nada queda de la carpintería interior, y unos pocos restos de lucido de las paredes en yeso y barro. En la fachada lleva una distribución muy similar en cada uno de los cinco bloques con una puerta adintelada sobre jambas, todo en sillería, sobre la que se disponen sillares hasta la altura del primer piso y que sostienen otra puerta, quizá correspondiente a un balcón, igualmente adintelada en sillar de buena factura, y a cada lado en cada planta una ventana adintelada que en el piso inferior llevaba rejas desaparecidas. La estructura original se alteraría en algunos elementos y en otros ya no se puede apreciar pues más que los derrumbes, los arrancamientos de los sillares no permiten realizar más que conjeturas.
Pese a la ruina y el saqueo, el edificio manifiesta todavía cierto empaque que nos sugiere que recién hecho sería algo más que una casona, pareciendo más residencia nobiliaria que casa de aparceros o jornaleros. Poco más sabemos de ella pero sí que a comienzos del siglo XX seguía siendo un edificio destacado por Manuel Blasco Jiménez (13) que lo calificó como casa de labor de buena construcción.
El suministro de agua potable de la población ha estado siempre asegurado gracias al manantial que brota en las inmediaciones junto a una roca y que con una pequeña excavación fue transformado en una fuente-pozo de planta cuadrada con piedra sillar hoy sin cubierta, donde se recoge el agua filtrada desde los niveles superiores del suelo, un tipo de fuente muy similar a las cercanas de Masegoso y de Hinojosa del Campo, aunque estas sí están cubiertas, y que también responden al esquema conocido como “fuente romana” que lo mismo puede ser de aquella época como medieval, que pese a los siglos que separan ambas épocas y sus muchas diferencias, algunas cosas como un candil, un arado o una fuente apenas cambiaron hasta que dejaron de usarlas nuestros abuelos.
La falta de cubierta puede indicarnos que fue diseñada con esa forma o que la llevaba pero que fue retirada, igual que pudo llevar algún tipo de pila o abrevadero para el suministro de agua del ganado y que de existir, hoy se encuentra perdida.
Alberto Arribas, con la colaboración de Ángel Lorenzo, Maribel Zapatero, Luis C. Pastor
(1) CARRACEDO ARROYO, Eleuterio (1996) Toponimia de la Tierra de Soria. Ediciones de la Excma. Diputación Provincial de Soria. Colección Temas sorianos nº 32. Imprenta Provincial de Soria, Soria página 36.
(2) Buena parte de la información para desarrollar este árbol genealógico la hemos tomado de la entrada Bravo de Saravia en el blog de Felipe Guarda Palacio http://wwwfelipeguarda.blogspot.com/2010/06/bravo-de-saravia.html (14/06/2010), así como del artículo de CRUZ y MORANDE, Luciano (2013): La saga de un soriano del siglo XVI en Indias https://docelinajes.es/2013/01/la-saga-de-un-soriano-del-siglo-xvi-en-indias/ (28/01/2013)
(3) DIAGO HERNANDO, Máximo (1991): “Los términos despoblados en las comunidades de villa y Tierra del Sistema Ibérico castellano a finales de la Edad Media”. Revista Hispania LI/ 2, 178, página 510. El historiador recuerda que en 1496 el corregidor Cristóbal de Salinas declaró el término de La Pica “derraigado”, pero la sentencia constata que los sucesores del regidor Juan de Saravia poseían el heredamiento, casa y tierra y cortijo de La Pica. Añade que en el siglo XVIII el concejo de Soria todavía seguía tratando pleitos sobre este término.
(4) DÍEZ SANZ, Enrique y GALÁN TENDERO, Víctor M. (2012): Historia de los despoblados de la Castilla Oriental. Tierra de Soria siglos XII a XIX. Ediciones de la Excma. Diputación Provincial de Soria, colección Temas Sorianos nº 56, página 448.
(5) ALCALDE JIMÉNEZ, José María (1997): EI poder del Señorío. Señorío y poderes locales en Soria entre el Antiguo Régimen y el Liberalismo. Colección Estudios de Historia. Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Turismo. Valladolid, pp. 61-65.
(6) PÉREZ ROMERO, Emilio (1995): Patrimonios comunales. Ganadería trashumante y sociedad en la Tierra de Soria. Siglos XVIII-XIX. Edita Junta de Castilla y León, página 221.
(7) HUERTA HUERTA, Pedro Luis (2002): “Iglesia del despoblado de La Pica”, Enciclopedia del Románico de Castilla y León. Soria, volumen III. Ed. Fundación Santa María la Real, Centro de Estudios del Románico, pp 1078-1080.
(8) RETUERCE, Manuel y COBOS, Fernando (2004): “Fortificación islámica en el alto Duero versus fortificación cristiana en el alto Duero”, en el libro Cuando las horas primeras. En el milenario de la Batalla de Calatañazor.Colección Monografías Universitarias nº 13, Universidad Internacional Alfonso VIII, Soria, Imprenta de la Diputación Provincial de Soria, página 236.
(9) HERNÁNDEZ ÁLVARO, Ana Rosa (1984): La imaginería medieval en la provincia de Soria, edita Centro de Estudios Sorianos (CSIC), página 108.
(10) LORENZO CELORRIO, Ángel (2003): Compendio de los Castillos medievales de la provincia de Soria. Edita la Excma. Diputación Provincial de Soria, Colección Temas Sorianos nº 44, Soria, página 166.
(11) COBOS GUERRA, Fernando: en la conferencia Alfonso I el Batallador: La ciudad de Soria y su territorio, ofrecida el 14 de marzo de 2019 en el marco del congreso “Soria 1119” (recogida en la publicación Soria 1119, editada por el Ayuntamiento de Soria, 2019, página 113 y ss)
(12) AHPSo 13081. Fondo Biblioteca Pública de Soria.
(13) BLASCO JIMÉNEZ, Manuel (1909): Nomenclátor. IIª edición. Ed. Tipografía de Pascual P. Rioja, Soria.
Asociación de Amigos del Museo Numantino