Peñalcázar
- Fecha de redacción:
- Última revisión: mayo 2024
Despoblado del término municipal de La Quiñonería.
La Peña, que es como se conoce al lugar en los pueblos del entorno, se encuentra situado en lo alto de un cerro amesetado de la Sierra de Miñana, una superficie prácticamente plana de unas 14 hectáreas, con forma ovoide de unos 700 metros de largo por unos 280 de anchura en su parte más amplia, orientado en dirección NO-SE, circundado de importantes cortados verticales salvo por el lado occidental, por donde se accede a la cumbre. Esa distribución topográfica unida a la geográfica, le confirieron un interés estratégico, político y militar fundamental durante algunos siglos.
A pesar del abandono de Peñalcázar, del nulo mantenimiento y de la acción vandálica de algunos visitantes, La Peña mantiene un encanto especial que lo convierte en un despoblado de referencia para investigadores, curiosos y amantes de los pueblos abandonados.
En 2008, la asociación Hispania Nostra incluyó Peñalcázar en su Lista Roja del patrimonio por su peligro de desaparición.
El acceso a Peñalcázar puede realizarse por el lado norte desde La Quiñonería, a través de una senda que discurre en empinada cuesta, o desde Almazul saliendo por el camino en buen estado que parte en dirección este y va a La Quiñonería. En esta segunda opción, tras un recorrido de unos nueve kilómetros que se pueden hacer en un turismo normal, se llega a una cantera abandonada donde podremos aparcar y continuar a pie el resto del camino.
Teniendo como referencia la propia muela de Peñalcázar, rodearemos la antigua pedrera, dejándola a nuestra derecha, e iniciaremos el ascenso de poco más de un kilómetro y pocas complicaciones si llevamos calzado adecuado.
DATUM | LATITUD LONGITUD |
ETRS89 | 41.549444 – 2.044430 |
ETRS89 | 41º 32´ 58´´ N 2º 02´ 40´´ W |
UTM 30 | Coord. X Coord. Y |
579.694,30 4.600.194,30 | |
Altitud | 1.214 m. |
Peñalcazareño. A falta de apodo, en Almazul los llamaban sencillamente “los de la Peña”, si bien Miguel Moreno (1) recuerda que su apodo era el de “peñascos”.
Para Miguel Asín Palacios (2) significa “peña del castillo”, opción muy parecida a la que ofrece Eleuterio Carracedo Arroyo (3), quien afirma que el topónimo deriva del latín pinnella que significa peña (indicando así su posición) y del árabe al-qars (fortaleza, palacio), que indica así su finalidad.
Ya en el apartado histórico, pensar que en Peñalcázar hubo un poblado celtíbero entra dentro de lo posible, pues su ubicación reúne algunas de las características de aquellos castros amurallados que tan bien conocemos en otros puntos de la provincia pero, que sepamos, las evidencias, análisis e investigaciones –que realmente han sido escasos– no han podido confirmar esa hipótesis, por lo que en tanto no haya más estudios, queda en el aire la afirmación de algunos autores (4) que aseveran que el cerro estuvo ocupado por la mítica ciudad celtíbera de Centóbriga, oficialmente ilocalizada, patria de Retógenes y que desempeñó un papel fundamental en la Segunda Guerra Celtibérica a partir de 142 a.C. Posteriormente, y basándose en algunos hallazgos de época romana, aseguran que la ciudad fue romanizada y convertida en un núcleo de población más o menos importante que, supuestamente, explotó una mina de plata y que pudo extenderse desde época visigoda hasta la musulmana.
Esos argumentos pueden tener algún fundamento como apuntaron en su día Juan Cabré Aguiló (5) y Blas Taracena Aguirre (6), que no se atrevieron a ir más allá en sus suposiciones aún cuando ambos investigadores localizaron algunos restos romanos pero aislados y descontextualizados. Cabré localizó una estela funeraria fragmentada de esa época, decorada con motivos florales y epigrafiada, aunque quebrada e ilegible, que era empleada como escalón para acceder al pueblo. También Taracena creyó identificar indicios romanos en los filones argentíferos de Peñalcázar (7) y años más tarde, en su Carta Arqueológica (8), recogió varios hallazgos imprecisos así como esa misma estela funeraria romana de época Imperial y de la que ofrece algunos detalles como que fue reutilizada a modo de escalón del atrio de la iglesia.
Por su parte Alfredo Jimeno (9) describe la estela mencionada como una pieza en piedra caliza que lleva en su parte superior una rosácea sexapétala y debajo la escena de un banquete con dos personajes con vestidura talar que sentados y afrontados comparten mesa. Una mínima inscripción ilegible de cuatro letras apenas le permite relacionar los rasgos de algunas letras con las características epigráficas del siglo III d.C.
No tenemos certezas sobre una posible ocupación ininterrumpida desde época celtibérica ni romana y mucho menos visigoda, pero sí parece razonable que se produjera hacia los últimos años del siglo X, cuando toda esta comarca comenzó a adquirir una importancia estratégica que se prolongará durante varios siglos.
Tampoco conocemos la fecha exacta del inicio de la obra de las murallas que todavía persisten, pero parece sensato pensar que tanto esta fortaleza como otras de la zona surgieran en algún momento cercano y posterior al año 972 cuando el general Galib, máxima autoridad militar del califato cordobés en ese momento, encargó a su lugarteniente Ambril-ben-Timlet, que construyese una serie de fortificaciones y atalayas a lo largo de toda la frontera y que fueron ocupadas por sus hijos.
Para el investigador Santiago Lázaro Carrascosa (10), la fortaleza de Peñalcázar formaría una unidad con respecto a la torre de vigilancia de Noviercas de la que dista dieciocho kilómetros. Considera que esta torre sería la defensa de vanguardia, la receptora de señales de otras atalayas y refugio de la población de la zona, y la fortaleza de Peñalcázar sería la reserva de la defensa colectiva y acuartelamiento de los ejércitos de auxilio para las demás torres y atalayas.
Posteriormente la fortaleza musulmana pasó a manos cristinas, pero en un momento tan difícil de precisar como todas las hipótesis anteriores. Incluso hay quien (11) afirma que su conquista se debe al mismísimo Rodrigo Díaz de Vivar, una opinión basada en relacionar nuestro Peñalcázar con la mítica población de Alcocer que aparece en el poema del Cid («un otero redondo, fuerte y grande»), que ubicada cercana al río Jalón todavía no ha sido oficialmente localizada aunque todo apunte a las inmediaciones de la localidad aragonesa de Ateca.
A comienzos del siglo XII, sin duda la figura histórica más destacada de los reinos peninsulares fue la del monarca aragonés Alfonso I El Batallador, que inició una ambiciosa campaña militar con la que pretendía expandir su reino y que, entre otras conquistas, le llevó a tomar en 1120 varias plazas en lo que acabará siendo definitivamente frontera entre Castilla y Aragón, entre ellas Cihuela, La Alameda, La Quiñonería, Monteagudo y Peñalcázar.
Estos lugares, a la muerte del Batallador, pasaron a Alfonso VII de Castilla y por lo que respecta a Peñalcázar, junto con Carabantes, La Alameda y La Quiñonería, se incorporaron a la Comunidad de Villa y Tierra de Soria, si bien es cierto que no en las mismas condiciones que el resto de las localidades que se distribuían en sexmos. Peñalcázar y sus barrios dependían directamente de la ciudad de Soria, hasta tal punto que, según el Fuero de Soria de 1256, su responsable era nombrado por el concejo de Soria (12): “El cavallero que el concejo tomare por alcayat del castiello de Alcázar faga pleyto et omenage con cinco cavalleros al concejo ante que l entreguen del castiello al concejo;…”. Abundando en esta dirección hay que señalar que estos lugares no están incluidos en el censo de aldeas dezmeras de 1270.
Con respecto a la pertenencia de Peñalcázar a la Comunidad de Villa y Tierra de Soria, también María Asenjo (13) sostiene que el mismo, junto con Carabantes, La Alameda y La Quiñonería, gozaría de una consideración jurídica distinta a la del resto de las aldeas de la Tierra pues fueron considerados barrios de Soria, evidentemente no en el sentido moderno de población cercana a otra principal, sino en el de pertenencia “administrativa” a pesar de la distancia que las separa. La investigadora relaciona esta condición con su estratégica posición, clave no solo en la defensa del concejo de Soria sino en la de todo el reino, y añade que «Esta situación de amenaza, entendida en el marco feudal, significaba la obligación de colocar allí a los caballeros de Soria para que velasen por su defensa…».
En este contexto histórico y geográfico, parece que los asentamientos de población en Peñalcázar no resultaban muy atractivos, por lo que hubo que incentivarlos. Gonzalo Martínez Díez (14) recuerda que el 15 de julio de 1208, para tratar de fomentar el asentamiento de familias dentro de la fortaleza y no en el llano como acontecía entonces, el rey Alfonso VIII concedió la exención de tributos a los que vivieran “en lo alto”.
Para evitar que decayese el interés por asentarse en ese alto, María Asenjo (o. c. página 185) recoge la confirmación posterior de aquel y la concesión de otros privilegios y prerrogativas por parte de sus sucesores como el rey Alfonso X (15) en 1253, que además de a Peñalcázar, hizo extensiva a Carabantes, La Alameda y La Quiñonería la exención de hueste, fonsado, fonsadera y otros, por su condición fronteriza. También cita un albalá (carta o cédula real) de Juan II con fecha 20 de octubre de 1412, en la que amplía hasta doscientos el número de vecinos que pueden gozar de dicha exención.
Con esa y otras medidas, los emplazamientos fronterizos fueron consolidándose como poblaciones importantes y adquiriendo un gran interés dentro de las casi siempre difíciles relaciones entre Castilla y Aragón, algo que además del valor estratégico y militar les añadió un interés político que tendrá su punto álgido en plena guerra entre Pedro I contra su hermano bastardo Enrique, que aspiraba derrocar al rey con el apoyo de la corona Aragón, y que intentó hacerse con la fortaleza. No lo logró, aunque unos años más tarde el castillo de Peñalcázar fue moneda de cambio, acabó siendo ocupado por los aragoneses, devuelto a los castellanos, y vuelto a tomar por aquellos, una situación que se alargó hasta que entran en escena los Reyes Católicos cuando las fronteras entre los dos reinos comenzaron a desfigurarse, a la par que el interés estratégico, militar y político de Peñalcázar fue decreciendo hasta prácticamente desaparecer.
Coincidiendo con el reinado de los Reyes Católicos, la entonces llamada Penna de Alcaçar adquirió un raro estatus, pues perteneciendo a la Tierra de Soria y no siendo plaza de señorío, aunque estuviese bajo el control de la familia Torres, prácticamente se comportaba como tal, estableciendo relaciones de vasallaje con los vecinos de las aldeas del término (La Quiñonería, La Alameda y Carabantes), una situación que finalmente llevó en 1502 a Juan de Torres a declarar unilateralmente su segregación de la Tierra de Soria, lo que obligó a la ciudad a acudir primero al rey, después a la justicia y finalmente a usar la fuerza militar (16) para demostrarle su disconformidad a esa decisión.
A partir de esos momentos estas fortalezas fronterizas sorianas dejaron de tener sentido militar y, salvo alguna incursión como la que describe Nicolás Rabal durante la Guerra de Sucesión (17), Peñalcázar se convirtió es un pueblo más, que junto con sus aldeas basaba su economía en la agricultura y la ganadería, y a pesar de que La Peña ostentaba la “capitalidad” de la comarca, poco a poco fue invirtiéndose esta situación hasta que Peñalcázar acabó despoblado.
De ello nos dan muestra los diversos censos disponibles como el de población pechera de 1528, donde se recoge que La Peña de Alcaçar tenía 46 vecinos pecheros, una cantidad muy superior a los 20 de La Quiñonería, los 35 de Carabantes o los 40 de La Alameda, y que puede tomarse como un punto de inflexión pues desde entonces, con algún altibajo, la caída demográfíca de Peñalcázar fue imparable.
Censos posteriores como el de 1591 informan de que La Peña de Alcaçar bajó a 38 pecheros (además de un hidalgo y un clérigo), pero el resto de sus aldeas subió, de forma que La Quiñonería alcanzó los 32 pecheros, Carabantes 54 y La Alameda 73. Otros censos como el de Aranda (1768) son más difíciles de comparar pues ya ofrecen cifras de habitantes en lugar de vecinos, si bien el número de varones casados y en edad casadera parece indicar un repunte poblacional de todas esas localidades. El Censo de 1785 ofrece la cantidad de 363 habitantes en Carabantes, 296 en La Alameda, 203 para Peñalcázar y 95 para La Quiñonería.
De mediados del siglo XVIII tenemos otras fuentes documentales como el Catastro del Marqués de la Ensenada (1752) que informa a la vez sobre el «Lugar de Lapeña de alcazar y su barrio de la quiñoneria» describiéndolos conjuntamente diciendo que “son realengos y pertenecen al Rey nuestro Señor…”. Figuraban entonces noventa y un vecinos y medio que vivían en el pueblo y su barrio, en las noventa y dos casas habitables que había, además de cinco inhabitables, especificando expresamente la ausencia de alquerías, casas de campo y minas como las que veremos más adelante. De la profesión de sus habitantes, cincuenta y nueve eran labradores “y nueve hijos entrados en los dieciocho años” que producían sobre todo cereales y legumbres. Había un herrero, un pelaire, seis pobres de solemnidad… Disponían de bueyes, vacas, ovejas, asnos, carneros y una amplia cabaña de ganado ovino y caprino. Contaba con ciento veinte colmenas, dos tabernas, un horno de poya (18) y una panadería.
En 1850 Madoz (19) nos dice que estaba habitado por 65 vecinos, 266 almas, y que su industria es exclusivamente la agrícola, sin citar minas de ninguna clase. Sin embargo Manuel Blasco Jiménez en sus dos Nomenclátores (1880 y 1909) (20) (21) hace alusión a las minas de “plata y plomo” en el primero y únicamente “de plata” en el segundo. En todo caso afirma que fue en 1840 cuando “la entonces reciente denuncia de minas ilusionaba a los habitantes haciéndoles esperanzar un porvenir risueño”.
El efímero sueño apenas duró unos treinta años pues en 1880 las minas dejaron de ser rentables, algo que unido a las malas cosechas «destruidas por las tempestades y acaso también los efectos de la usura, tan terribles siempre como los del granizo y el rayo», provocó entre sus vecinos una profunda crisis económica. En aquella época Blasco ya lo describe como un lugar escasamente poblado «como justifican su destrozado castillo y sus mal conservados muros de una sola puerta de hierro en otros tiempos, caídos o desportillados…».
Si en 1880, y ya con la población de Peñalcázar en franco declive, Manuel Blasco ofrecía unos datos demográficos de «300 almas, comprendidas las del caserío de la fábrica de fundición de minerales», veintinueve años después la situación resultaba mucho peor pues se había reducido a 148 almas, incluyendo a los habitantes del mencionado caserío al que ya da nombre, «la colonia agrícola titulada Santa Bárbara ó sea el caserío de la fábrica de fundición de minerales».
Esteban Valtueña Jiménez (22) ofrece datos de los censos de 1920, cuando Peñalcázar contaba con 91 habitantes y otros 6 que figuraban en la casa Santa Bárbara (23); el de 1940 con 68 habitantes, y el de 1960 con 36 personas censadas. En esa época antes de la Guerra Civil, recordaba alguna vecina que se comenzó a hablar de la electricidad y que se hicieron los primeros trabajos para la instalación, pero cuando llegó la guerra todo quedó parado. Tuvieron que esperar, hasta 1943, según Cándido Las Heras Martínez (24), para que a Peñalcázar llegase la electricidad, pero lo que no conocieron nunca sus vecinos fue el agua corriente, ya que esta siempre tuvo que subirse en cántaras a lomos de caballería desde la “Fuente de los huertos”, al pie del cerro.
Esas carencias, las dificultades para acceder y subirlo todo a lomos de caballería, el cierre de la escuela (25), la dureza de residir en un enclave tan frío, ventoso y aislado… contribuyeron a que la mayor parte de los vecinos acabase emigrando en las décadas de 1960 y 1970.
Según informa el periódico La Vanguardia de 16/12/1976, que comentaba los resultados del referéndum de la Reforma política del día anterior, «En Peñalcázar, pueblo de la provincia de Soria de un solo habitante de hecho y seis de derecho, a 1.125 metros de altitud y en plena serranía, se ha constituido una mesa electoral para el único elector real. Se trata, según un despacho de Logos, de don Segundo Alcalde Portero, hombre solitario, que ocupa en el pueblo los cargos de alcalde, juez de paz, alguacil y concejal de la Hermandad de Labradores y Ganaderos. En este referéndum la mesa de Peñalcázar es la que contabiliza el número menor de electores en su censo».
Pero no fue el último acto político del pueblo. Un par de años después, informando sobre el referéndum de la Constitución, el mismo periódico de 07/12/1978, informaba de que Peñalcázar fue uno de los primeros pueblos del país en ofrecer sus resultados, presumiblemente por lo sencillo del escrutinio ya que «sólo había cuatro electores, que además residen fuera de la localidad. De ellos, tres constituían la mesa electoral. El primero en votar fue el otro elector y a continuación lo hicieron los tres miembros de la mesa».
Desde entonces nadie ha vuelto a habitar La Peña. En los pueblos de alrededor se recuerda que al abandonarse había alguna casa hundida y otras abandonadas desde hacía ya muchos años, pero eran más las que estaban en buen estado y permanecían convenientemente cerradas. Del estado general de la iglesia parroquial no hay unanimidad; la mayoría cree que ya había sufrido algún desprendimiento y que estaba cerrada. Algún viajero recuerda que en 1981 todo el pueblo en general se encontraba en un estado de conservación aceptable pero que ya había sido sustraído el cableado eléctrico. Seguidamente las casas comenzaron a ser violentadas, iniciándose una intensa degradación que en pocos años ha arruinado todos los edificios.
Si en 1990 el visitante curioso aún podía observar alguna buena casa en pie, en 2020 ya no quedaba ninguna en un estado aceptable.
Algunas iniciativas como presentaciones de libros o reivindicaciones políticas (26), devuelven de cuando en cuando el nombre de Peñalcázar a la actualidad y, aunque posiblemente sea uno de los despoblados más emblemáticos de la provincia, es fácil pensar que su estado sea irreversible.
El antiguo casco urbano del despoblado se encuentra en el sector occidental de la muela, cerca del camino de acceso. Está formado por varias manzanas de edificios entre los que destaca la iglesia, un paredón con un edificio anexo, las murallas y, en la otra punta de la meseta, la arruinada ermita de San Roque. Prácticamente todas las construcciones están realizadas en piedra caliza y los edificios, dispuestos en torno a la iglesia, se agrupan en manzanas poligonales que agrupan varias viviendas, dejando poco espacio libre con calles estrechas y alguna plaza de mayores dimensiones.
Los edificios más destacados de Peñalcázar son los siguientes:
Pese a estar totalmente arruinada, el principal edificio del pueblo fue, y sigue siendo, la iglesia de San Miguel (27), edificada entre los siglos XVI y XVIII (28). Se trata de un edificio construido en piedra de mampostería con sillares en vanos, arcos, bóvedas y esquinas. Desarrolla una planta basilical de orientación casi perfecta de oeste a este con la torre campanario a los pies, coro alto, nave y capilla mayor arruinadas, y salvo dos tramos a los pies, carente de cubiertas y bóvedas, que se han venido abajo.
El templo ha sido objeto de varias remodelaciones. Partiendo de una nave levantada en el siglo XVI, de la que únicamente quedan dos tramos junto a la torre campanario, y que seguramente contó con más en dirección al ábside, le fue añadida precisamente en esa zona una imponente obra barroca de la que en la actualidad solo se conservan sus paredes. En esta segunda obra se abren dos naves laterales comunicadas con la nave central a través de arcos formeros de medio punto construidos en yeso, que subsistieron hasta finales de la década de 1980. En imágenes de 1986 se observan todavía estos arcos y, delante de la capilla mayor, lo que parece una pechina que pudo sostener una cúpula semiesférica. Los restos y apoyos que se observaban en la capilla mayor sugieren una cubrición con una pequeña bóveda de arista.
Los dos primeros tramos desde los pies corresponden al coro y a la entrada y se cubren con sendas bóvedas de crucería del siglo XVI, con varios motivos decorativos en las claves decoradas con lises, llaves cruzadas y “florones”. En el primero de estos dos tramos se sitúa el coro, una estructura elevada sobre un arco deprimido donde se abre una puerta que comunica con las escaleras de caracol de acceso a la torre campanario. Debajo estaría la pila bautismal que no se ha conservado, si bien se recuerda y describe como “una copa de piedra muy grande”.
A continuación de este tramo hay otro igualmente cubierto con crucería y en mal estado de conservación en el que se abre la puerta principal de la iglesia, que estuvo protegida en el interior por una cancela de madera que ya no se conserva.
Visto desde la cabecera, este tramo desarrolla un arco apuntado con nervios que trasladan su peso a las pilastras y, por los indicios que perduran y por las fotografías de 1986, parece probable que hasta la capilla mayor de la nave se desarrollasen otros tres tramos.
La capilla mayor (la actual) se abría a la nave a través de un arco de medio punto sobre pilares de capiteles jónicos de estuco, una estancia rectangular de unos ocho metros de ancho por cuatro de profundidad tan arruinado y vacío como el resto del templo y que como hemos dicho, se cerraba con bóveda de arista. En el lado de la epístola, esta capilla mayor se abría a una pequeña sacristía.
El interior del templo estaba revocado con mortero de yeso sobre el que se pintaron cornisas azules y se dibujaron líneas rojas que trataban de imitar sillares.
El acceso al templo se realiza por el segundo tramo de la nave por medio de un arco de medio punto de dovelas lisas, que se cubría por un pórtico de otros dos grandes arcos, también de medio punto, que no se han conservado.
La parte delantera de la iglesia estaba delimitada por una tapia albardillada abierta a través de un arco de medio punto que permitía el acceso a un atrio donde, según nos cuentan, “había un cementerio antiguo pues durante unas obras salieron muchos huesos”.
A los pies de la nave aparece la torre campanario, una estructura rectangular de dos cuerpos con pináculos de bolas en cada una de sus cuatro esquinas, que lleva dos vanos para campanas al oeste, otro al sur y tres al este, todos ellos vacíos, a los que hay que añadir otro en la sencilla espadaña de ladrillo que, sorprendentemente, resiste en lo alto de su lado sur. No obstante, por los restos que se aprecian en los lados norte y sur de la torre campanario, da la sensación que esta se levantó sobre una espadaña preexistente de dos vanos.
No se ha podido precisar en qué momento comenzó el proceso de ruina, pero se recuerda que ya antes de quedar abandonado el pueblo, hacia 1968, la iglesia presentaba deficiencias importantes, grietas, filtraciones de agua por la pared y quizá ya desprendimientos, que vaticinaban la ruina y aconsejaron el traslado temporal del culto a la escuela y el vaciado del mobiliario y enseres religiosos. Sería hacia mediados de los años 70, poco antes de despoblarse definitivamente, cuando el templo fue vaciado y sus bienes trasladados a los almacenes diocesanos de El Burgo de Osma.
Una de las últimas vecinas del pueblo recordaba que en su interior “había muchos retablos con cuadros pintados e imágenes de santos”, tanto en la capilla mayor como en las laterales, y mencionaba un Cristo crucificado al que se le tenía una gran devoción.
Algo más prolijas son las explicaciones de Miguel Moreno (29) o José Arranz (30), para quienes tuvo un retablo mayor realizado a finales del siglo XVI por Juan de Artiaga, que fue pintado, dorado y estofado por Pedro Jiménez de Santiago. La iglesia también albergó una talla del siglo XIII o XIV conocida como la Virgen de Peñalcázar, y en el siglo XVIII fue sede, según Teófilo Portillo Capilla (31), de las cofradías de la Santa Vera Cruz y de Nuestra Señora del Rosario, además de serlo de un Arca de Misericordia.
La parte exterior del ábside se utilizaba como frontón para el juego de pelota y en él, a una altura considerable, se hallan insertas, a propósito y con una finalidad decorativa, cuatro claves de las antiguas bóvedas góticas que en su día fueron sustituidas por las barrocas.
Al otro lado de la meseta, totalmente aislado a unos 400 metros del caserío, aparecen las ruinas de un edificio de mampostería que fue la ermita de San Roque, una sencilla construcción típica de la arquitectura religiosa rural del XVIII, orientada de pies a cabecera en sentido NO-SE. El edificio perdió hace muchos años la cubierta y buena parte de sus muros, especialmente en la zona que corresponde a las esquinas, también desaparecidas, desarrollando una planta rectangular de unos 20 metros de largo por 10 de ancho. Pese al estado de ruina tan avanzado, los restos apuntan a que la puerta de acceso parece que fue un arco de medio punto dovelado sobre impostas con jambas de sillería del que quedan algunos elementos. Protegía esta entrada un sencillo pórtico, probablemente también cerrado por un arco de ladrillo del que se conservan los arranques.
Manuel Blasco (o.c. 1909, página 402) informa de la de San Roque y cita otras dos que no nombra. Madoz (o. c. página 188) recoge tres sin ofrecer ubicación ni advocación de ninguna. Teófilo Portillo (o. c.) no cita esa ermita de San Roque, pero en cambio sí que da como existentes en el XVIII las ermitas de San Vicente y la de San Juan.
Ya hemos indicado que el cerro fue en el medievo, y quizá antes, una poderosa fortaleza aunque no todo su perímetro llegó a estar amurallado. Donde se concentran las defensas es en la parte occidental del cerro, lugar de acceso a la muela a través de un plano inclinado bastante pronunciado. El resto del perímetro no estuvo cercado y aunque nos pueda sorprender por la imagen estereotipada que tenemos de las fortalezas medievales, podía darse el caso, con más frecuencia de lo que pensamos, de que no se circundara de murallas la totalidad del recinto en aquellas ubicaciones (32) donde las defensas naturales podían evitar el dispendio económico que conlleva un muro defensivo sin que por ello se viera menoscabada la seguridad de la plaza.
Aparte del mencionado plano inclinado y sus inmediaciones, los cortados de roca que limitan Peñalcázar lo convierten en un lugar prácticamente inaccesible. Todo ello sin perjuicio de posibles muros puntuales que cierren algún portillo natural como al menos dos que se conservan en el lado sur, no lejos de la ermita de San Roque.
De los restos de muralla que perduran podemos afirmar que se trata de una obra militar de envergadura que dotó a la muela de unos poderosos muros de tapial y mampostería encofrada de hasta dos metros y medio de espesor rellenos de cal y canto. En varios tramos se conservan restos apreciables del adarve y numerosas almenas, algunas de ellas con aspilleras.
En cuanto a las puertas, al final de la cuesta por la que se accede al despoblado por el oeste suponemos que habría una, aunque no aparecen claros vestigios de ella en los descarnados muros de esa parte… pero el camino de acceso va por ahí y, en todo caso, se conservan los escasos restos de un sospechoso muro transversal a la muralla, justo donde estuvo en su día el transformador eléctrico, que nos hace sospechar que la puerta pudo estar allí ubicada.
A escasos sesenta metros al sur de esta posible puerta hay otra de la que sí quedan vestigios de su ubicación. Se trata de un acceso formado por el retranqueo de la propia muralla en esa zona, que hace que la puerta vaya a dar a un camino inclinado paralelo a la muralla. En el muro más exterior de la puerta se aprecia el hueco donde se ubicaba la “tranca” de madera que en su día cerraba el acceso.
Respecto a la puerta física de la fortaleza, Manuel Blasco (o. c. página 401) evoca su destrozado castillo «y sus mal conservados muros de una sola puerta de hierro», un elemento que, caso de haber existido, no ha llegado hasta nosotros.
Ángel Lorenzo Celorrio (33) localiza al comienzo del pueblo, ya en la parte de arriba, un gran murallón aislado que fue reaprovechado parcialmente para lo que parece fue un lagar de dos cuerpos (tinas) para la elaboración de vino. Presenta una pared de piedra excesivamente alta y poderosa, lo que le ha llevado a plantear la posibilidad de que dicho muro pueda corresponder a la fortaleza perdida, en realidad, una torre o atalaya islámica levantada con la técnica de tapial, con dobles tirantes empotrados en la fábrica, un retranqueo interior de medio metro y forma ligeramente troncopiramidal, una configuración y dimensiones que se parecen mucho a la derruida atalaya califal del interior del castillo de Almenar.
Por su parte Ignacio Javier Gil Crespo (34) ofrece un análisis más arquitectónico y detallado y difiere de las opiniones de Lorenzo Celorrio en algunas cuestiones, como en la posibilidad de que el castillo, en lugar de estar localizado donde este supone, ocupara un espacio mucho mayor y destacado en el centro de la meseta, un lugar en el que la fotografía aérea insinúa líneas de cimentación de lo que parecen unas estructuras lineales, cuyo eje longitudinal condicionase un primitivo urbanismo de las viviendas antiguas, antecesoras de las actuales, que conservarían esa orientación independiente de la de la iglesia con la que parecen estar descontextualizadas. Plantea también la posibilidad de que la ermita de San Roque, ubicada en el extremo contrario, fuese en el pasado una torre vigía, pues las vistas desde allí siguen siendo excepcionales y de gran interés estratégico para una fortaleza.
Para Ángel Lorenzo, la fortaleza o torre del lagar sería la obra original de factura musulmana fechada en el siglo X, mientras que para Gil Crespo sería una fábrica de mediados del siglo XII o comienzos del XIII y por lo tanto, iniciativa cristiana.
De la primitiva fortaleza se conservan también otros elementos, como un aljibe cubierto e insertado en una estructura de mampostería que en su interior desarrolla una bóveda de cañón rebajado. Para su construcción se aprovecha un desnivel del terreno prácticamente al borde del precipicio en el lado sur de la meseta. En su interior aún se conservan algunos fragmentos del revoco de cal hidráulica que haría de capa impermeable para contener el líquido y partes del refuerzo de masa que, con el mismo fin, se ponía en los ángulos que formaban las paredes entre sí (es posible que también queden restos de estos mismos refuerzos entre las propias paredes y el suelo aunque debido a los escombros acumulados no hemos podido comprobarlo).
Los edificios que, en mejor o peor estado, se conservan en Peñalcázar poseen la característica de no haberse retocado desde su abandono para ningún uso posterior desde hace unos cincuenta años, lo que les otorga un interesante valor etnológico.
No existe una casa “tipo” que podamos describir, pero podemos señalar que los edificios, en general, están realizados con muros de carga confeccionados con mampostería de piedra caliza del entorno y mortero de barro, cuando no de adobe o tapial de tierra. Las primeras plantas, cuando las hay, presentan forjados de madera y los tejados se resuelven con vigas y tablazón también de madera y cubiertas de teja árabe. Aún se aprecia algún que otro soporte para el cableado eléctrico.
A la entrada del pueblo se encuentra el característico edificio alto y estrecho del transformador eléctrico de la línea que llevaba la energía hasta el pueblo. Está construido en la misma piedra de la zona, aunque lleva en su parte superior un cuerpo de ladrillo lucido con mortero de cemento y cubierto, en su día, con teja árabe a un agua.
En el extremo septentrional del caserío se ubica el cementerio, una superficie cuadrada limitada por tapias de piedra que tiene, junto a la puerta de entrada, un pequeño edificio anexo que antaño estuvo cubierto.
A unos cincuenta metros al sur del cementerio en dirección al pueblo, se encuentra el edificio del horno que, posiblemente, tuviera carácter comunal y que en la actualidad se encuentra totalmente arruinado. En su interior se aprecia la boca del horno confeccionada en ladrillo y los hundidos restos de lo que fuera su cúpula. Según una nota recogida en el BOPSo nº 72 17/06/1861, estaba ubicado en la calle de la Esperanza, un nombre que hoy más bien evoca lo contrario.
Parece obvio que no haya fuente alguna en Peñalcázar, sin embargo hay dos que se encuentran en las inmediaciones de La Peña aunque separadas de esta por una distancia y, sobre todo, diferencia de altura más que considerable. Una de ellas, la más cercana, se denomina la Fuente de la Peña, y se encuentra a unos trescientos cincuenta metros en línea recta de la puerta del norte. La otra, de la que actualmente no brota agua, se encuentra cerca de la cantera desde la que se puede acceder al despoblado, a escasos metros de la carretera que de Almazul lleva a La Quiñonería. Ambas fuentes cuentan con pilón para abrevar el ganado.
Según algunos informantes, el acarreo y suministro de agua desde las fuentes se hacía en tinajas transportadas en caballerías propiedad del municipio y se repartía por las casas. Esta tarea la desarrollaban los vecinos por turnos, lo que dio el nombre de “azofra” al ejercicio de la recogida, transporte y reparto de agua y el de “reo vecino” al turno con que el concejo organizaba el transporte.
Manuel Blasco (o. c.) conoció el poblado en su niñez y habla de la existencia de dos cuevas que no hemos localizado. Una, llamada de las Brujas, de la que dice que tiene una longitud “de unos setenta metros”, y la otra denominada la del Viñador, “de menos importancia”.
Existe una última y singular construcción en el lado norte de la peña, a unos cincuenta metros al este del cementerio, aunque en la parte baja del acantilado. Presenta una planta rectangular y se encuentra adosada a la roca de la peña con unas paredes (únicamente tres, la cuarta sería la propia roca natural) levantadas en mampostería y buena cal de un metro de grosor. Tiene tres aberturas, una en cada muro, a modo de “ventanas – aspilleras” y un descarnado hueco en uno de sus muros donde pudo estar la puerta. No sabemos a ciencia cierta la utilidad que pudo tener, pero tanto por su buena y cuidada factura como por su sorprendente ubicación, pensamos que hay que tenerla en cuenta en futuras investigaciones sobre el despoblado.
A esa imagen del Cristo del Consuelo sólo se le hacen rogativas en contadas ocasiones y ante situaciones muy concretas, no más de dos o tres veces por siglo, por lo que estas, llamadas “la saca”, eran jornadas muy importantes y de gran devoción a las que acudían los vecinos de los pueblos de la concordia con sus pendones y cruces parroquiales, celebrando novenas, misas y procesiones.
Según Manuel Blasco (o. c.) “En el último cuarto del siglo pasado (se refiere al s. XIX) se hicieron por los vecinos algunas plantaciones de viñedo” por lo que podemos ubicar cronológicamente el lagar anteriormente mencionado.
En cuanto a sus recursos económicos, tradicionalmente la principal riqueza de Peñalcázar ha sido la que se obtenía de la tierra, que permitía el desarrollo de una agricultura de secano, y la de tener unos buenos pastos que alimentaban la numerosa cabaña ovina y caprina que mantenía. En esa tierra a los pies del cerro, crecían hortalizas en unas pocas huertas de carácter familiar y hubo, como ya mencionamos, viñas con las que elaboraban vino.
En cualquier caso, si por algo ha destacado en la tradición popular el pueblo de Peñalcázar ha sido por sus minas de plomo que algunos quieren también de plata.
Gracias a las investigaciones del profesor Octavio Puche Riart (37), sabemos que ya desde 1521 se habla de las minas de Peñalcázar, aunque fue en el siglo XIX cuando se produjo la explotación sistemática de la riqueza mineral de la zona, si bien es cierto que con varios altibajos y con no mucho éxito, en general, en los diferentes momentos en que se produjo la actividad minera.
Este autor cita a un tal Pedro Palacios, que afirma que las minas de “plomo argentífero” de Peñalcázar se descubrieron en 1848 y que desde entonces se labraron sus cuatro filones sin interrupción hasta 1877. La propietaria era la empresa adnamantina Sociedad Minera del Buen Deseo 1º que la explotó directamente, salvo algún año que las tuvo en arriendo.
Las diferentes minas o pozos tenían nombres propios tales como Nuestra Señora de la Peña, Eloísa, Globo, Pozo Malacate, Victoria, Desengaño, Nueva Linares… llegando a dar trabajo a más de cien personas entre 1847 y 1877. El mineral extraído se sometía a un primer proceso en la fábrica allí instalada conocida como La Cruz. En 1857, dice el autor, se extrajeron 2.000 toneladas de mineral del que se obtuvieron 280 toneladas de plomo sin que conste cantidad alguna de plata. Tres años después la cuantía extraída prácticamente se triplicó, pero en 1877 y debido al agotamiento de las vetas, la falta de capitales y la mala calidad de las comunicaciones terrestres de la época, la explotación dejó de ser rentable.
El investigador apunta que hubo un intento de reflotarla en 1886 y que en 1899 se reanudaron los trabajos en las minas Nuestra Señora de la Peña, Virgilia, Desengaño y Nueva Linares, añadiéndose después la Victoria. A principios del siglo XX la explotación minera pasa a la empresa bilbaína Sociedad Anónima Plomífera de Peñalcázar que realizó fuertes inversiones que no lograron beneficios y aunque hubo algún intento posterior a mediados de siglo (38), salvo algún sondeo poco esperanzador nadie ha vuelto a ver mineros en La Peña. A comienzo del siglo XXI se han llevado a cabo algunos sondeos que, al parecer, han indicado una escasa rentabilidad (39).
Como nota curiosa el autor cita entre los mecanismos con los que llegó a contar la explotación un “malacate”, artefacto movido por caballerías que se usa en las minas para la extracción de objetos pesados, minerales y agua, y una máquina de vapor.
En la actualidad de lo que fueran los pozos, hornos y diferentes instalaciones mineras destacan sobre todo las enormes escombreras de estériles en la ladera oeste del denominado Monte de la Mina, a unos tres km al sur de Peñalcázar. También se aprecian restos de edificios de diferentes usos aunque no distinguimos los que pudieran corresponder a “la colonia agrícola titulada Santa Bárbara o sea el caserío de la fábrica de fundición de minerales” que cita Manuel Blasco (o.c.).
Alberto Arribas con la colaboración de Ángel Lorenzo, Maribel Zapatero, Luis C. Pastor
(1) MORENO Y MORENO, Miguel (1976): Biografía curiosa de Soria. Gráficas Sorianas, Soria.
(2) ASÍN PALACIOS, Miguel (1944): Contribución a la toponimia árabe de España. CSIC, Madrid 1944, 2ª edición, página 127.
(3) CARRACEDO ARROYO, Eleuterio (1996): Toponimia de la Tierra de Soria. Ediciones de la Excma. Diputación Provincial de Soria. Colección Temas sorianos nº 32. Imprenta Provincial de Soria.
(4) Han sido muchos los estudiosos e investigadores que realizan esta afirmación sin probarlo. Un ejemplo, al que muchos han copiado, lo tuvimos en 1992 cuando el investigador Aurelio Tejedor Alcalde remitió a la Real Academia de Historia un escrito (puede consultarse en http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/carta-en-la-que-se-identifica-al-pueblo-de-pealcazar-con-la-centobriga-romana-y-el-alcocer-arabe-se-solicita-la-difusion-publica-de-esta-identificacion-y-se-remite-un-articulo-sobre-este-tema-publicado-en-soria-semanal/html/de2c6f1c-2dc6-11e2-b417-000475f5bda5_1.html)) en el que sin lugar a dudas, identifica las ruinas del despoblado Peñalcázar con la Centóbriga celtíbero-romana primero, y con la Alcoçer medieval después. Sus análisis y conclusiones las publicó en Soria Semanal 18/01/1992 y otros después no dudaron en secundarlo.
(5) CABRÉ AGUILÓ, Juan (1912-1917): Catálogo Arqueológico, Histórico, Artístico y Monumental de la provincia de Soria, tomo IV página 191, obra manuscrita inédita Consultada la copia digital de la biblioteca Tomás Navarro del Ministerio de Cultura digitalizada por el Instituto del Patrimonio Cultural de España disponible en http://biblioteca.cchs.csic.es/digitalizacion_tnt/index_interior_soria.html
(6) TARACENA AGUIRRE, Blas (1934-35): Vías romanas del alto Duero. Separata del Anuario del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, página 276. Puede consultarse en https://bibliotecadigital.jcyl.es/i18n/catalogo_imagenes/grupo.cmd?path=10066002
(7) SANZ PÉREZ, Eugenio (2004): “El yacimiento de galena argentífera de San Adrián de los Templarios. Sierra del Madero, Cordillera Ibérica, Soria”. Celtiberia nº 97, página 507. Aquí se dice que la explotación de plomo y plata de Peñalcázar ya fue conocida desde la antigüedad.
(8) TARACENA AGUIRRE, Blas (1941): Carta Arqueológica de España. Soria. Ediciones del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Diego Velázquez. Madrid, 1941.
(9) JIMENO MARTÍNEZ, Alfredo (1980): Epigrafía romana en la provincia de Soria. Edita Diputación Provincial de Soria, Soria.
(10) LÁZARO CARRASCOSA, Santiago (2007): “Aproximación al estudio del sistema defensivo musulmán, en la frontera de la zona oriental soriana (siglos X a XII)”. Revista de Soria IIª época nº 56, página 58.
(11) Entre otros, esa posibilidad ha sido apuntada por Antonio Ubieto Arteta (1973): El Poema del Cid y algunos problemas históricos (Ed. Anubar, Valencia, 1973), quien identifica el Alcoçer cidiano con todo topónimo parecido a “alcázar”, lo mismo con el actual Alcocer al sur de la provincia de Guadalajara, con el Valtorrés bilbilitano o con la soriana Alcozar, y como todo lo que evoca la bizarra figura del Cid, enseguida fue asimilado para la historia de Peñalcázar.
(12) El Título IX del Fuero de Soria determina que el que el alcayat (alcaide) del castillo del alcázar, debe ser un caballero propuesto por el concejo, una somera cita que parece referirse a la fortaleza de la ciudad. Sin embargo Gonzalo Martínez Diez (Las Comunidades de Villa y Tierra de la Extremadura castellana. Editora Nacional, Madrid 1983 página 189) y Máximo Diago Hernando (Estructuras de poder en Soria a fines de la Edad Media. Colección Estudios de Historia. Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Turismo, 1993, página 19) creen que esa referencia era al alcaide de la fortaleza de Peñalcázar, figura que siguió siendo nombrado por el concejo de la ciudad hasta bien entrado el siglo XVI.
(13) ASENJO GONZÁLEZ, María (1999): Espacio y Sociedad en la Soria medieval. Siglos XII-XV. Ed. de la Excma. Diputación provincial de Soria, 1999, página 184.
(14) MARTÍNEZ DÍEZ, Gonzalo (1983): Las Comunidades de Villa y Tierra de la Extremadura castellana. Editora Nacional, Madrid, página 188.
(15) En el texto original de Asenjo pone que Alfonso XI fue rey en la primera mitad del XIV. Evidentemente debe tratarse de algún error tipográfico y referirse a su bisabuelo Alfonso X que era quien reinaba en Castilla y León a mediados del siglo XIII.
(16) María Asenjo González, o.c. pp. 552 y ss.
(17) RABAL Y DIEZ, Nicolás (1889): España, sus monumentos y artes, su naturaleza e historia: Soria. Editorial Daniel Cortezo y Cía. Barcelona, Introducción página LXXXI.
(18) Horno comunal en el que cocer el pan a cambio de una cantidad en dinero o en especie. Para saber más, ver los artículos de Cándido Las Heras Martínez http://www.otrasoria.es/2019/11/horno-de-pan-cocer-horno-de-poya.html y http://www.otrasoria.es/2020/03/patrimonio-olvidado-hornos-de-poya.html
(19) MADOZ, Pascual (1846-50): Diccionario geográfico-estadístico-histórico. Edición facsímil de los textos relativos a la provincia de Soria. Edita Ámbito ediciones SA y Diputación de Soria, 1993. Imprime Gráficas Ortega SA Valladolid.
(20) BLASCO JIMÉNEZ, Manuel (1880): Nomenclátor histórico, geográfico, estadístico y descriptivo de la provincia de Soria, 1ª edición, Soria 1880. Imprenta y Librería de la Infancia, páginas 469-472.
(21) BLASCO JIMÉNEZ, Manuel (1909): Nomenclátor histórico, geográfico, estadístico y descriptivo de la provincia de Soria. IIª edición, Soria. Ed. Tipografía de Pascual P. Rioja, página 401-403.
(22) VALTUEÑA JIMÉNEZ, Esteban: “Nomenclátor de todas las entidades de población de la provincia de Soria. Censo de Población de los años 1880, 1920, 1940, 1960, 1966 y 2007”. Revista de Soria IIª época nº 62, página 53.
(23) Santa Bárbara fue un barrio de Peñalcázar que surgió en torno a las minas del que constan seis personas censadas en 1920 y que hoy es un despoblado de otro despoblado. No se ha podido localizar, pero Isabel Goig Soler en un artículo de Cuadernos de Etnología nº 8 recogido en http://soria-goig.com/despoblacion/despo_05.htm, supone que debería encontrarse en el paraje Mina Cerrada.
(24) LAS HERAS MARTÍNEZ, Cándido (2017): Peñalcázar (I) (Soria) en http://www.otrasoria.es/2017/12/penalcazar-i-soria.html (05/12/2017) quien añade «La luz eléctrica llegó en el año 1943, el importe de la obra fue de 18.600 pesetas, había entonces 49 habitantes. Curiosamente el trasformador se adosó a su muralla árabe. Hoy no quedan ni los postes de madera del tendido eléctrico, para trasportarla».
(25) GOIG SOLER, Isabel (2002): El lado humano de la despoblación. Colección los libros del Santero nº 4, edita Centro Soriano de Estudios Tradicionales, página 174. Esta investigadora apunta que la escuela cerró durante el curso escolar 1967/68.
(26) A propuesta de la procuradora socialista por Soria, Mónica Lafuente, el 15 de diciembre de 2008 en las Cortes regionales se plantearon una serie de iniciativas para evitar el deterioro de Peñalcázar. La respuesta puede consultarse en https://www.ccyl.es/Publicaciones/TextoEntradaDiario?Legislatura=7&SeriePublicacion=DS(C)&NumeroPublicacion=266. En octubre de 2018 la escritora vitoriana Cristina Romea (nieta de una peñalcazareña) presenta la novela Pan con vino y azúcar’, ubicada en Peñalcázar en 1979, en la que aparece su protagonista, Mónica Santana, veraneando en el pueblo donde vivían sus abuelos maternos.
(27) María Asenjo González (o. c. página página 556) la dedica a Santa María de la Blanca, pero es la única en ofrecer una advocación distinta a la de San Miguel Arcángel.
(28) Los dos primeros tramos de la nave, los inmediatos al campanario y que todavía permanecen en pie aunque muy deteriorados, son claramente góticos. Cotejando las “filigranas” arquitectónicas de las nervaturas de las bóvedas con las descritas en otros templos similares de la provincia en el magnífico (pero incompleto, ya que no figura esta iglesia) libro El gótico en Soria de José María Martínez Frías, Ediciones Universidad de Salamanca y la Excma. Diputación Provincial de Soria en 1983, podemos aventurarnos a decir que esta parte correspondería a mediados del siglo XVI mientras que el resto (la parte actualmente hundida) es una obra de clara fábrica barroca.
(29) MORENO Y MORENO, Miguel (1990): Todas las Calles de Soria. Historia de una Ciudad. Edición del autor, imprime Ingrabel, Almazán, página 297.
(30) ARRANZ Y ARRANZ, José (1986): La escultura Romanista en la Diócesis de Osma-Soria. Imp. Castuera SA. Burlada, página 63.
(31) PORTILLO CAPILLA, Teófilo (1985): Instituciones del Obispado de Osma-Soria. Ed. Caja General de Ahorros y Préstamos de la Provincia de Soria, página 234.
(32) En Soria tenemos los ejemplos de Berlanga de Duero, Caracena y probablemente Ucero.
(33) LORENZO CELORRIO, Ángel (2003): Compendio de los Castillos medievales de la provincia de Soria. Edita la Excma. Diputación Provincial de Soria, Colección Temas Sorianos nº 44, Soria, página 164.
(34) GIL CRESPO, Ignacio Javier (2014): “Análisis histórico, territorial y constructivo de la fortaleza de Peñalcázar (Soria)”, Arqueología y Territorio Medieval 21, 2014. pp. 105-123. Copia digital disponible en http://oa.upm.es/33672/1/Gil%20Crespo%202014_Pe%C3%B1alc%C3%A1zar_AyTM.PDF
(35) RUIZ VEGA, Antonio (1989): “Miscelánea festiva soriana”, artículo publicado en el nº 2 de Cuadernos de Etnología Soriana.
(36) FERRERO MONGE, José Damián; MARTÍNEZ CARNICERO, Jesús (1999): Cofradías de Semana Santa en la provincia de Soria, edición de los autores, Arteprint S. L. Soria, página 20.
(37) PUCHE RIART, Octavio (2015): “Algunos datos para la historia de minería en la provincia de Soria”, Revista de Soria nº 90, otoño 2015, páginas 11, 12, 16 y 21.
(38) GÓMEZ CHICO, Antonio (1953): Soria es así (la tierra y el hombre). Imprime Gráficas Sorianas, Soria 1953.
(39) Hacia 2009 la empresa SIEMCALSA realizó en Peñalcázar unas investigaciones geológicas que sintetizó en un informe disponible en http://www.siemcalsa.com/images/proyectos/PDF/penalcazar.PDF
Asociación de Amigos del Museo Numantino